El 8 de mayo de 1982, el “Principito” de la Fórmula 1 perdió la vida tras un accidente durante la clasificación para el Gran Premio de Bélgica disputado en el circuito de Zolder.

Cuarenta y dos años muy largos. Así como el 1 de mayo es el día de Ayrton, el 8 de mayo es el día de Gilles. 1982, 2024: cuarenta y dos años de dolor, desconcierto, desaliento, ira transformada con el tiempo en melancolía, recuerdos y legados transmitidos de padre a hijo, de abuelo a nieto. Gilles sigue siendo un ejemplo de amor incondicional independientemente de los resultados que hayan producido en los años de su estancia en Maranello. Aún hoy, quienes tuvieron la suerte de vivirlo lo recuerdan con los ojos velados, como si el tiempo nunca hubiera pasado.

Sobre todo, al leer los testimonios de quienes estuvieron allí, lo vivieron y tuvieron que metabolizar una salida dramática y trágicamente espectacular, como lo había sido a lo largo de su carrera, se percibe un sentimiento imperdonable de impotencia y arrepentimiento. Como si se hubiera entendido, intuido, olido en el aire, que lo ocurrido en Imola con la traición de Pironi y aquellas señales en boxes, tan claras como interpretables, podría haber tenido consecuencias incontrolables.

No tenemos una bola de cristal para saber qué hubiera pasado si las coincidencias no hubieran llevado a ese último giro desafortunado, a la anotación con Jochen Mass uno de sus grandes amigos que vivió el dolor y la culpa por muchos años. Si otra hubiese sido la historia ¿Gilles habría dejado la Rossa? Quizá y, quizá siempre, su leyenda no se habría contado y transmitido así, si su carrera hubiera continuado con otros colores sin detenerse trágicamente, en el rojo, el de Enzo, quien lo consideraba como su piloto favorito.

El caso es que, en los ojos de quienes estuvieron allí y recuerdan, podemos leer ese pesar por un hecho que pudo y debió gestionarse de otra manera, cuyas reacciones se salieron de control y desembocaron en la tragedia. A partir de ahí es como si toda la gente de Ferrari se sintiera impotente, todavía cuarenta dos años después, ante la imposibilidad de volver atrás y ver otro final, otra historia, algo diferente.

Quizás hoy Gilles sería un anciano caballero de pelo blanco y su memoria sería diferente, menos mitificada y su carrera pintada de diferentes colores. O quién sabe, el destino se lo habría llevado igualmente, de una forma u otra. No había sido Fuji, no había sido Imola y, si no hubiera sido Zolder, la ruleta se habría detenido en otra casilla. Conjeturas, hipótesis. Sin embargo, no seré yo quien escriba que debemos creer en el destino, porque es fácil culpar a una entidad que no existe.

No encontraremos justas las comparaciones entre Gilles y los pilotos de hoy. El amor de los aficionados por el #27 pasó por caídas, acciones y momentos que atestiguan su inmenso coraje pero que hoy, honestamente, con el reglamento actual no podrían replicarse. Sabemos que existe el deseo de encontrar un nuevo Gilles y no es la primera vez que se escuchan este tipo de comparaciones. Pero una cosa es la necesidad de llenar de sentimiento el corazón, y otra encontrar, por mil motivos, otro conductor como él, pero eso es francamente será imposible, por eso y más todavía estamos aquí para recordarlo.