El 2 de octubre de 1977, Niki Lauda se consagró bicampeón del mundo con Ferrari, cerrando una de las temporadas más complejas y tensas de su carrera. Aquella estrella, la segunda en su palmarés, no solo lo consolidó como uno de los grandes de la Fórmula 1, sino que también marcó el inicio del final de su relación con el Cavallino Rampante.
Un arranque con tensiones
Tras la retirada en Fuji en 1976 y el título perdido en circunstancias polémicas, Lauda percibió que ya no era el líder indiscutible de Ferrari. La llegada de Carlos Reutemann y los cambios en la gestión del equipo generaron un clima enrarecido. “Nunca entendí por qué parecía no gustarle”, confesó el argentino sobre su tensa convivencia con el austríaco.
En las primeras carreras, Reutemann buscó afirmarse, pero Lauda respondió con victorias clave en Kyalami y Long Beach, recordando al paddock que había recuperado su plenitud física y mental tras el grave accidente de Nürburgring en 1976.
El campeonato más difícil
La temporada fue una montaña rusa: dolores físicos en Jarama, abandono en Suecia, resultados discretos en Francia y resurgir en Silverstone y Hockenheim, donde logró un triunfo simbólico un año después de su accidente.
En Zandvoort, con los Lotus de Mario Andretti fallando en fiabilidad y James Hunt (1978 fue una temporada gris: de las 16 carreras del campeonato tan sólo terminó seis y solo pudo sumar 8 puntos) fuera por accidente, Lauda aprovechó para sumar una victoria crucial. Fue entonces cuando comunicó a Enzo Ferrari que no seguiría en 1978, decisión que cayó como un balde de agua fría en Maranello.
La consagración en Watkins Glen
Con ventaja en el campeonato, Lauda llegó a Watkins Glen con la misión de sumar apenas un punto. Bajo la lluvia, ascendió posiciones hasta terminar cuarto, asegurando el campeonato con la fiabilidad del V12 Ferrari como gran aliado. Fue la coronación de una campaña marcada por la estrategia, la resistencia y la frialdad.
Lauda resumió aquel año con crudeza:
“Durante todo el año, dos voces lucharon en mi interior. Una me impulsaba a ganar carreras, la otra me decía que aspirara al título. No es lo mismo”.
El fin de una era
A pesar del éxito, el vínculo con Ferrari se deterioró hasta el final. El austriaco abandonó la Scuderia con el título bajo el brazo, abriendo paso a una nueva etapa en su carrera. Su segundo campeonato del mundo quedará para siempre como un título de discordia: tan glorioso como turbulento.