La promesa de un transporte autónomo más seguro y eficiente ya no pertenece al futuro distante. En ciudades seleccionadas de Estados Unidos, flotas de robotaxis comienzan a circular sin conductor al volante, mientras las empresas de camiones autónomos prueban rutas largas y predecibles en regiones como Texas. Sin embargo, pese al avance tecnológico, el verdadero desafío aún no es técnico: es económico.

Seguridad ante todo

El principal argumento que respalda la adopción de vehículos autónomos es la seguridad. Empresas como Waymo, pionera en este campo, aseguran que sus sistemas SAE Nivel 4 presentan tasas de accidentes significativamente menores frente a los conductores humanos. A la fecha, sus robotaxis ya realizan unos 250 mil viajes pagos a la semana. Aunque los incidentes menores no han desaparecido, los reportes muestran que la mayoría no han sido causados por los propios vehículos autónomos.

La diferencia en los criterios de registro también es clave: mientras los conductores humanos sólo reportan siniestros con daños significativos, compañías como Waymo deben declarar incluso el más leve roce que implique contacto físico. Aun así, los datos internos muestran una clara ventaja para los sistemas automatizados.

Foto: Kodiak Robotics

¿Y la rentabilidad?

Pese al optimismo técnico, el modelo económico sigue siendo una gran interrogante. La industria de viajes compartidos –como Uber o Lyft– aún busca la fórmula que haga rentable operar flotas completas de robotaxis. En sus inicios, el modelo se basaba en conductores independientes que usaban sus propios vehículos. Hoy, la posibilidad de que estas empresas pasen a poseer y gestionar miles de vehículos autónomos implica una estructura de costos completamente distinta.

De hecho, la estrategia actual de empresas como Uber es asociarse con operadores de flotas y proveedores de robotaxis, limitándose a ofrecer su plataforma y base de usuarios. La propiedad y operación de los vehículos queda en manos de terceros.

Nuevos trabajos, nuevas preguntas

Uno de los puntos que más se ha debatido es la creación (y destrucción) de empleo. Si bien es cierto que los trabajos de conducción podrían verse desplazados, también lo es que surgen nuevas posiciones altamente calificadas, como operadores de centros de control remoto o técnicos de mantenimiento de flotas autónomas. El Reino Unido, por ejemplo, estima que la industria de movilidad conectada y automatizada podría generar hasta 342 mil nuevos empleos y 88 mil millones de dólares anuales para 2040.

No obstante, el salto salarial también supone un reto: un ingeniero de software o un técnico especializado cuesta mucho más que un conductor convencional, lo que pone presión adicional sobre la viabilidad financiera del modelo autónomo.

La apuesta de los camiones autónomos

En el sector del transporte por carretera, la conducción autónoma se presenta como solución directa a la escasez de conductores. Proyectos como Aurora Horizon buscan ofrecer servicios continuos las 24 horas del día, algo imposible con operadores humanos. Esto ha generado gran expectativa entre empresas de logística, que también promueven el discurso de seguridad vial y eficiencia en cadena de suministro.

Pero incluso aquí, el dilema es similar: ¿el costo de operar estos sistemas será menor que el de mantener una flota de camioneros convencionales?

Una transición en marcha

Más allá de los avances, el despliegue masivo de vehículos autónomos sigue siendo gradual y contenido. Hasta ahora, las implementaciones evitan zonas con clima extremo (el llamado “cinturón de nieve”) y se concentran en áreas urbanas de condiciones más predecibles.

Mientras tanto, las asociaciones estratégicas entre fabricantes de robotaxis, plataformas de viajes y operadores de flotas siguen creciendo. Y con ellas, se perfila un nuevo ecosistema de movilidad donde la figura del conductor tal como la conocemos podría quedar atrás.

La carrera por reemplazar al humano detrás del volante ha comenzado. Pero, como en toda transformación tecnológica, no se trata solo de qué tan lejos puede llegar la tecnología, sino de si el modelo económico puede sostenerla en el tiempo.